La histeria de la musas



Todo ser humano tiene íconos a los que sigue, pero debe discernir entre admiración y fanatismo

La Histeria de la Musas

Los fanáticos profesan un amor absoluto hacia sus íconos. Mi curiosidad me lleva a encontrar el por qué consultándolo con un psicólogo clínico quien me mostrará la diferencia entre admiración y fanatismo

Por Dennis Franco

Las colas a los conciertos suelen ser larguísimas y esta no era la excepción. Por casi cuatro horas me encontraba parado en una deforme fila india, avanzando 20 centímetros cada diez minutos. El reloj parece ir más lento de lo usual, los olores se vuelven más nítidos. Empiezan a destacar los de comida, seguidos de cerca por los de desperdicios, artificiales y naturales. La respiración de un extraño en tu nuca, los gritos de los vendedores de cerveza, el calor que no discrimina y el sudor que tampoco perdona.  Y ¿qué haces? Aguantas.

En momentos así las actividades que uno puede realizar son limitadas debido a que si te mueves, más de lo que necesitas, alguien ocupará tu sitio. Sin gracias, ni vergüenza. Se puede protestar, como una persona civilizada, pero de poco sirve cuando el agresor de tu “espacio reservado” es un hombre entre sus 35 a 45 años, notoriamente ebrio,  cuyo color de piel (sea el que fuere) combina con el tono predominante de ropa : negro, tiene pedazos de metal por doquier y su cabello probablemente albergue vida. No reaccionas. Sólo la idea de la experiencia que vivirás te mantiene ahí, aguantando.

La cola empieza desde la segunda puerta de entrada a la Universidad  Nacional Mayor de San Marcos, a travesando toda la av. Universitaria y doblando en Colonial. Personas y personajes de todas las edades, con un solo denominador común: el color negro. La razón para que unas 50 mil almas se den cita terrenalmente en un estadio es comprensible, es el 19 de enero del 2010 y Metallica promete brindar el mejor concierto que ha tenido el Perú, en lo poco que va del año.

Afortunadamente no estoy solo. Me acompaña una amiga de muchos años, melómana desde que tiene uso de razón y, sin embargo, de carácter amable y calmado. En nada se parece al ebrio, que ahora busca algo de pleito con una pareja, quien nos quitó el lugar en la cola. Sin embargo, sé que su emoción por este evento es tan, o quizás más, grande que la de aquel sujeto.

Luego de unas horas más lo compruebo. Ella se encuentra en un trance total saltando al ritmo de una electrificada guitarra  y de una estruendosa batería. Era difícil de concebir a esa amiga, quien gusta de caminar por los malecones de Miraflores y tomar café frío, en una ráfaga de liberación. Sin embargo, no era la única, podía ver a muchas personas en la misma situación. ¿Qué transforma a padres de familia, trabajadores de oficina, personas comunes y silvestres en semejantes frenéticos?

Desde aquel día la duda me invadía, deseaba conocer la respuesta, si es que la había, a tal fenómeno. Y que cobra mayor relevancia ahora, que Lima se ha convertido en escenario de mega conciertos. Siendo mi amiga, la fanática más cercana que conozco, empiezo mi búsqueda con ella.

La Musa

Karla Torres Solari es una joven carismática de 20 años, piel trigueña y con una sonrisa de ardilla, está por terminar el noveno ciclo de periodismo en la escuela de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de San Martín de Porres. Pero sólo sus padres y profesores la reconocen así. Para el resto de amigos, conocidos, compañeros y un gran etc, ella es Bittersweet Muse o Musa Agridulce, Presidenta del club de fans peruanos de la banda inglesa Muse. En corto, Muse - Perú.

Ha estado a cargo de este movimiento por casi cuatro años. Ha organizado tributos con bandas en vivo, fiestas en conocidas discotecas y cualquier medio posible para difundir la música de sus ídolos. Como a toda organización, las redes sociales le han abierto un campo ideal para desarrollar su campaña  y traer a sus íconos al Perú. En la actualidad, su página en Facebook cuenta con casi 5 mil usuarios registrados, nada mal. Con esa cantidad podría presentar un proyecto de ley ante el Congreso, si así lo quisiera.

Ella lo llama “comunidad” pues empezó siendo bastante reducido y apenas llegaban a los 20 miembros. Poco a poco fue creciendo y a medida que la banda inglesa cobraba importancia, el grupo de fans peruanos fue creciendo. Así conoció ella  a sus mejores amigos. Quien escribe forma parte del grupo inicial de fundadores y el contacto cercano con todos estos fans tiene años.

-          “Mi mundo empezó a cambiar mucho y justo en ese momento, conocí a Muse. Siento que empecé a vivir desde entonces”

Me cuenta, además, que ha tenido muchas recompensas en amistades y experiencias de vida por ser fan de esta banda. Pero no todo es bueno, también ha sufrido malos ratos por defenderlos, a la banda y a la comunidad, de otros fanáticos que buscaban dinamitar todo, incluyendo su vida personal. Sin embargo, no se arrepiente y confirma, como un creyente recitando una oración, que lo volvería a hacer.

Al preguntarle mi asombro al verla siempre ecuánime y no gritando como las fanáticas más extrovertidas suelen hacer en el aeropuerto o en las filas de conciertos, me dice que ella no se considera más o menos fanática que el resto. Cada uno tiene su forma, que respeta al resto de personas y a la manera en que manifiestan su admiración. Sin embargo, ella se distingue de las otras por otra razón.

-“Yo siento que en verdad los conozco. Al ver sus fotos, sus mensajes en las redes sociales, sus videos en los conciertos o en la vida regular. Sé cuáles son sus intereses y costumbres. Los conozco.” Sentencia orgullosa con un brillo, como un fulgor estelar, en los ojos.

En su trato regular, Karla es bastante ecuánime, alegre, bromista y con un completo discernimiento del bien y mal. No presenta ningún síntoma de hermetismo y absolutismo en sus ideas. Saca a pasear a su perro a diario y quiere mucho a sus padres.

Sin embargo, no todos son iguales dentro de la comunidad. Están quienes consideran a sus ídolos en la categoría de “Dioses”, otros que a quienes les parece la mejor banda de la historia, mientras que para algunos es una excelente banda de rock y aquellos a quienes, simplemente, les gusta su mucho su música. Por lo tanto, mi interrogante se mantiene: ¿Qué hace a un fan? ¿Cómo se forma?

No se puede definir un término usando la propia palabra a describir, por ello comprendí que mi investigación no iba ni a empezar sólo con conversar con muchos de los fans. Necesitaba una consulta externa, un peritaje, un consultor. Con esto en mente, contacté con una psicóloga, la señora Laura Ramos de LARC Consultores en Recursos Humanos, cuyas oficinas se encuentran en el cruce de la av. 28 de julio y Paseo de la República, Miraflores.

La cita se coordinó para realizarse un jueves a las 3:30 de la tarde. La oficina es de un lujo modesto. Quiero decir, muebles cómodos y elegantes, pero sigue siendo una casa modificada para funcionar como oficina. Me recibe la licenciada Ramos. Existe algo de nerviosismo en su voz y me confiesa que ella no es la indicada para este tema, que su colega es psicólogo clínico y él me podría ser mayor ayuda.

En menos de tres minutos me encuentro sentado en una oficina más chica frente a un señor de ojos grandes pero amables, sin cabello y de sonrisa paternal. Orlando Cruz es su nombre y está a punto de brindarme ese análisis decisivo para entender a un fanático y, por qué no decirlo, para comprendernos mejor a nosotros mismos.

El oráculo y los íconos

Orlando parece algo nervioso. No lo culpo, su jefa acaba de imponerle una entrevista con un desconocido, sin oportunidad para prepararse y con ninguna razón útil aparente. Sin embargo, bastó hacerle una pregunta para que quitara sus ojos de mi grabadora de voz y empezara a gesticular y realizar la respectiva mímica en cada oración que pronunciaba.

Mi interés era saber que era un fan y  cómo se hacía, por lo que mi primera pregunta fue dirigida a ello. La respuesta de este amable psicólogo fue una lámpara encendida en túnel de oscuridad para mí. Me señaló de manera inequívoca que todos los seres humanos: nosotros en aquella reducida oficina, nuestros padres, amigos, conocidos y cohabitantes de este planeta, tenemos íconos. No hay excepción a ello.

Recalca que lo ideal es que los primeros íconos sean nuestros padres, que son nuestros primeros modelos y quienes, inevitablemente, imitaremos. Si esta primera experiencia es llevada en un ambiente neutral, cálido y de una razón lógico-práctica, el individuo recibe sus primeras lecciones sociales y se siente parte de un grupo. Así, el sentimiento de pertenencia le brinda seguridad y estabilidad en la vida.

Esta respuesta, aunque válida, no satisface mi curiosidad, pues los fans que conozco personalmente y las historias que me llegan de quienes aún no he visto; suelen ser más que seguras o estables. Es aquí que donde Orlando sonríe. Es ese tipo de gesto fácil de oráculo que advertía la pregunta antes de que se hiciese. Responde triunfante:

-“Esa es la diferencia entre fanatismo y admiración. El fanatismo es como un amor y el amor, como sabes, es ciego”.

Prosigue a explicarme que una persona razonable, correcta y de una capacidad normal de funciones mentales puede admirar a alguien o algo mucho, pero discierne lo que es malo y bueno. El ejemplo que usa es claro: Maradona.

“Admiro a Maradona, como futbolista. Sin embargo, como ser humano es más que cuestionable”

Continúa señalando que un fanático presenta un vacío dentro de sí. Que necesita a quien admirar, probablemente porque la relación paternal en el seno familiar no fue la ideal y los íconos en la vida de esta persona deben (y serán) reemplazados. Usualmente, sucede esto en las instituciones de socialización secundarias, como el colegio, la universidad, etc. Lugares donde es el conjunto humano, el grupo, el que tiene reglas, valores y al cual llegaremos para asimilarnos, adoptando costumbres y comportamientos.

“Un fan amará a Maradona. Sin discernir entre el futbolista y la persona, simplemente será incondicional. ”
Todo para lograr un momento de éxtasis, de histeria. Cada día, semana o mes, el fanatismo ,de cultivarse, aumenta. Primero será escucharlo en la radio, luego comprarse los discos, siguiendo con verlos en conciertos, querer estar en la primera fila, tocarlos, abrazarlos. Sólo así, se calma esa sed fanática.

Le agradezco, infinitamente, el aporte al Sr. Cruz pues era lo que precisaba. Una explicación social-racional al porque de este fanatismo por parte de unos, tan distinto al de otros. Cuando me dispongo a retirar, grabadora apagada, Orlando me dice un pequeño “tip”. Me recomienda que si voy a entrevistar a un fanático, que la primera interrogante sea: ¿Qué es (el nombre del ícono) para ti?”. Así conoceré el grado de fanatismo de una persona. Si la respuesta es “todo”, “Dios”, “la vida”; hay que tener cuidado, me recomienda mientras nos estrechamos la mano.


Imaginemos que lo podemos tocar
Habiendo conocido a una joven fan y teniendo los conocimientos que Orlando me compartió, me siento listo para enfrentar a una fanática, por decirlo de una manera, consagrada.

La señora María Estares tiene 56 años, egresada de Sociología de la Universidad Inca Garcilazo de la Vega, aunque sólo ejerció la profesión por 10 años, luego convivió con el padre de su hijo, aunque ahora estén separados. También de piel trigueña, ojos marrones y rostro amable. Madre cariñosa, responsable. Difícilmente la puedo imaginar a sus 10 años, empujándose entre una muchedumbre para ver a su ícono : Rafael, el cantautor español.

Me recibe en la sala de su casa. Su hijo, amigo mío, está en su cuarto, pues no desea escuchar a su madre revivir sus recuerdos de “quinceañera” como los llama él. Personalmente, creo que es difícil para cualquiera ver a su madre hablar tan ávidamente de un hombre que no sea su padre. Prejuicios aparte, lo importante es la historia.

En un intento de medir su fanatismo, hago la pregunta que el “oráculo” me recomendó e interrogo: ¿Qué es, qué significa, Rafael para usted? La respuesta era de esperarse, pero la forma en que la dio, era difícil de ver a la misma señora que conocía. Por un momento, tenía frente a mí no a la mamá de un amigo, sino a una jovencita, colegial de primero de secundaria, que no paró por casi 4 minutos de responder.

-          “Lo admiro y lo he admirado siempre, siempre soñaba en quererlo tenerlo de cerca y estrechar su mano, ahora. (se ríe)”

Hace un hincapié en el adverbio de tiempo “ahora”. Pues me cuenta de que solía gastar todas sus propinas en comprar los discos “long play” o LP, confeccionó un “cancionero” personal, donde estaban las letras de la canciones, en orden alfabético y con fotos, compraba cada revista con artículos de él, veía las películas de su ídolo en estreno, de lo contrario se sentía con un malestar generalizado.

Sin embargo, todo palidece cuando me contó la escena de su fanatismo que más me sorprendió.  Hasta el día de hoy recuerda el día que Rafael vino por primera vez al Perú, con tan sólo 19 años. Ella tenía 11. El momento se inmortalizó de tal manera que recuerda que eran la una de la tarde y ella venía esperando desde las ocho, en que Rafael bajó del avión, de la línea Iberia, con un terno verde petróleo de corduroy. Es increíble, sus ojos brillan y su voz se entrecorta.

-          “Al día siguiente tuve que ir al Centro de Salud, pues había recibido muchos pisotones. El doctor me dijo que casi había perdido un dedo por Rafael.”

Finalmente, me relata que durante el colegio tenía un grupo de amigas, de todas las secciones de su grado, que se hacían llamar las “novias de Rafael” y soñaban con conquistar al cantante. Me cuenta que gracias a una amiga, cuyo padre era general del ejército, lograron obtener entradas para ver a su ídolo en una presentación en el Coliseo Amauta. Con larga vistas, pues estaban lejos del escenario mientras se animaban mutuamente diciendo “Imaginemos que lo podemos tocar”.

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