Capítulo I: Arrepentimiento

La última vez que escribí en este blog fue hace 7 años. No hace falta decir que mucho ha cambiado desde entonces: Ollanta Humala estaba iniciando su mandato, Alan García aún tenía una carrera política, las coasters todavía reinaban en la Av. Javier Prado y yo estaba enamorado de una nueva carrera.

Hoy, el panorama es algo incierto y sombrío. Ollanta Humala está preso por aceptar dinero de la famosa constructora Odebrecht, Alan García es el Mum Ra de la política peruana, las coasters ahora transitan por la Av. Canada y yo estoy aburrido de mi carrera.

Luego de siete horas de estar sentado en la oficina, resolviendo cosas que he coordinado mil veces antes y que, si permaezco atado a mi puesto, tendré que resolver mil veces más, no siento que haya avanzado un solo paso en mi vida personal o profesional. Redacciones, correos, llamadas, coordinaciones, planeamiento, creatividad, estrategia, conseguir nuevos clientes, entre otras funciones. Este es el pan de cada día de un relacionista público.



Para quienes no lo saben, yo estudié Derecho por tres años en la Universidad San Martín y no soporte estar sentado frente a una computadora con un documento en blanco de Word abierto y teniendo que redactar escritos para algún cliente de la firma legal. No, yo quería emoción, cosas nuevas cada día, crear proyectos nuevos y ver colores hasta que los ojos me ardieran. Por ello, decidí dejar el saco y la corbata por un par de jeans y unas camisas informales para entrar al mundo de las comunicaciones.

Sin embargo, un nerd medio cobarde como yo no pertenece con los aguerridos periodistas, ni con los inspirados creativos, así que terminé en la rama corporativa de las comunicaciones: las relaciones públicas. Ahora, mi vida consiste en redactar documentos en Word o hacer una presentación de un plan en PowerPoint para algún cliente de la agencia donde trabajo. ¿Qué demonios? ¡Esto era justamente de lo que me alejé! Para concha, ganando menos de lo que ganaría como abogado. ¡Fuck!

Es entonces cuando una voz sin forma o acento empieza a hablar en mi cabeza: "¿Te arrepientes?". Luego la acompaña otra, mucho más asustada y quebradiza: "¡Debimos quedarnos en Derecho! ¡Te lo dije, al menos estaríamos ganando más, si igual eres infeliz!".



¿Què hacer entonces? Patear el tablero y empezar desde cero siempre es una opción atractiva, pero ya no estoy en mi dulces veinte años y he acumulado un grado respetable de experiencia en mi campo.Por otro lado, la agencia donde trabajo aùn parece tener un interès en mì (por alguna extraña razòn que aùn no logro comprender) a pesar de haber hecho todo lo contrario a lo que debería ser.

Es en ese momento cuando recuerdo las palabras de mi sensei: "debemos valorar lo que tenemos, siempre creemos que en otro lado, en otras circunstancias, las cosas seràn mejor, pero finalmente volveràs a lo mismo."



Empiezo a escuchar mi propia voz en medios de las otras dos: "No, no me arrepiento." Los ùltimos siete años han sido una montaña rusa increíble, llena de sus altos y bajos, pero donde cada curva o descenso me ayudaron a descubrir quien era yo. Como dijo Jobs en su famosìsimo discurso en Standford: "sòlo puedes unir los puntos mirando hacia atrás, jamás hacia adelante". Tiene razòn. Todo lo que viví me trajo aquí, pero las decisiones fueron tomadas por mí y debo confiar que la fuerza estuvo y estará conmigo.

No es condecedencia, no es self pity, no es echarse al piso y mostrar el cuello y dejar que la vida te viva (Dios te mantenga viva por siempre, Susy). No, definitivamente no, mil veces no.

No se trata de conformismo, se trata de aprecio. No se trata de renunciar a tus sueños y expectativas, se trata de reconocer el camino que has hecho y valorarlo para poder continuar uno propio, sin descatar lo vivido y sin cerrarte a nuevas posibilidades. Se trata de estar en paz con el pasado, abrazar el presente y mirar hacia el futuro con actitud rebelde, pero alegre y decir: "Fuck the police, i'll do it my way".



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